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lunes, 18 de julio de 2016

Demasiadas cosas

Veamos. Un individuo convoca un referendum que nadie le pidió y lo pierde, abandona el gobierno y nos encaja a una señora que no ha sido elegida por las urnas y que es antieurpea. Gobernar sin ser elegido en votación es lo que se llama un golpe de estado. Hemos tenido varios en la Europa de la crisis, en los que aacaba gobernando quien alguien ajeno al país decide. 
Viene Obama como de limosna y pasa de largo dejando a los sevillanos más plantaos que un geranio del Patio Banderas o que al alcalde de Villar del Campo. Sin embargo, fuerza la situación para hablar con los cuatro líderes de los partidos dedicandoles tres minutos. Suena a alguien que suelta una orden o una consigna adiós muy buenas. 
El día de la Toma de la Bastilla 14 de julio, un terrorista arrasa el paseo en Niza. Incalificable.
Anteayer un intento ¿intento serio u otra cosa? de golpe de estado en Turquía 
En USA estallan de un día para otro los disturbios raciales, varios días después de los asesinatos que vimos todos filmados, no inmediatamente sino justo cuando su comandante en jefe no está y tiene que volver a toda prisa. 
Francotiradores disparando a policias también en USA.
¿Donde esta la mierda que se oculta y de qué calibre será cuando "coinciden" tantas cosas en tan pocos días?

lunes, 11 de julio de 2016

De segundas y 8



Él, a quien nunca ni se le había pasado por la cabeza que una mujer le dijera que no –en ningún aspecto, a decir verdad- había jugado todas sus cartas en el dichoso traspaso: se había despedido, hbaía hipotecado su casa nueva y metido todo lo ahorrado sin llegar, tan seguro estaba del dinero de su mujer. Así que su primera reacción fue buscar calor humano donde siempre lo había encontrado, en las carnes macilentas de profesionales baratas y luego intentar encontrar un trabajo. No le fue fácil pues, por muy buena planta que tuviera –o creyera tener que ese sería punto a debatir- no dejaba de tener una edad. Cuando lo encontró fue en un “Salón de té” donde las maduras acudían a media tarde a merendar tortitas con nata y demás. Su labia linsojeadora le valía buenas propinas y hasta atraía a cierta clientela que todavía conservaba esperanzas. Tan ocupado estuvo solucionando este asunto que tardó bastante en darse cuenta de que Antonia había cambiado el dormitorio colocando dos coquetas camitas bien separadas y tan estrechas que cuando, tras mucho insistir ella cedía, apenas podía moverse . Le resultaba más fácil meterse el burdel a la salida de trabajo que andar suplicando para algo tan incómodo.
Demasiado ocupado incluso para volver a acordarse de las fotografías que sin preocuparse en exceso dejó en uno de los cajones del despacho de “su Pepe” que se suponía era para sus papeles y demás. Ni siquiera las había visto, acostumbrado a que Luisa nunca husmeaba en sus cosas, él creía que por respeto, en realidad por la más absoluta indiferencia que sentía hacia él, se enfureció por la intromisión que supuso encontrarse con que Antonia había estado trasteando en ese cajón. Lo peor, sin embargo, era que esas imágenes no era sólo las imágenes gamberras de una excursión de adolescentes. Las había de todas las épocas y en todas Jesús era usado sexualmente por sus primos y tío: el era la oveja y seguía siéndolo  según las fechas. Las recogió en un cajón bajo llave e intentó olvidarlas de nuevo entre las piernas de las putas mientas Antonia le esperaba en el salón enjugándose las lágrimas por el espectáculo que había visto. La viva imagen de Rogelio violado y vejado, quería a Jesús sólo por ser el hijo de aquel Rogelio veinteañero que sedujo a todas las mozas del pueblo menos a ella, a quien siempre ignoró.
Antonia por su parte estaba muy lejos de necesitar ni el dinero de su Pepe ni cosa parecida, Entre las cartas, la bola de cristal y demás mancias que ejercía en el cuartito a estas alturas ya forrado de diminutas imágenes de todos –o casi todos- los santos conocidos y por conocer –incluida la Santa Muerte- se sacaba un más que buen piquillo en dinero negro. Además conservaba muy buenas relaciones con la parroquia y las amistades de su cuñada Regina, que en paz descanse, siendo uno de los miembros más activos –y menos próximos a cumplir el siglo- de la comunidad religiosa y pseudo religiosa del barrio de los tres cementerios. Recordaba a menudo lo que decía su abuela que cabalgaba entre el ateísmo militante del adoquín y la fe del carbonero con envidiable soltura: “lo importante de que traguen la primera, las demás entran solas”¿Tenía Antonia y dinastía algún tipo de poder más o menos paranormales? Ni ella ha logrado saberlo pero lo que fuera lo vendía bien, pero que muy bien.
Gracias a ello resultaba casi siempre la encargada de organizar las excursiones parroquiales a diversos santuarios de Vírgenes, Cruces y Santos en General. Aquel año Santo se organizó la consabida expedidición de decrépitas damas con su cargamento de pastillas anti todo dispuestas a pasarlo en grande. Antonia había engolosinado a las susodichas con diversas visitas a lugares no  tan ortodoxos como la tumba del apóstol: San Andrés de Teixido,  para ir de vivas y no en forma de cucarachas, por ejemplo, después de muertas; O Cebreiro, con su Santo Cáliz, San Marcos en León con su otro Santo Cáliz; sin olvidar el museo del chocolate de Astorga, para acabar en Avila visitando los lugares donde Santa Teresa vivió y, de paso, hacer acopio de las yemas de la Santa. Total: casi tres semanas de trote para ella y de ausencia para Rogelio, que entre el trabajo casi sin sueldo, las visitas al burdel se le iban los días y casi se le fueron del todo pues saliendo del lupanar rodó escaleras abajo.
Las consecuencias no fueron especialmente peligrosas, un tobillo contu y unas costillas contusionadas. Lo peligroso eran las causas : ictus leve, hipertensión, diabetes, el hígado tocado, el riñón también y, por supuesto, el corazón algo más que tocado. Los primeros días estuvo en estado crítico, pero no inconsciente, en ningún momento. Se siguieron los protocolos habituales: se avisó a todos los números de teléfono de la cartera, cada vez con mayor apremio pues la situación empeoraba pero, aunque todos cogieron la llamada, nadie apareció por el hospital, al menos hasta el regreso de la excursión cuando Antonia se presentó un domingo por la mañana, después de misa, claro. Las secuelas acabaron no siendo tan graves como cabía esperar, la más llamativa resultó ser la lesión del tobillo que le hizo ya usar bastón –una garrota de las antiguas-, una leve dificultad al hablar casi imperceptible y, eso sí, un estado general lamentable que le obligó a jubilarse y pasarse los días paseando por ese barrio lleno de desconocidos, y mrodeando por calles de putas pues ya no le quedaba sino meroderar y recordar a sus sesenta y cuatro años. Nada de esto alter´´o la vida de Antonia que siguió con sus beaterías y brujerías; ni se dio por enterada cuando el embargo de la casa del marido, garantía del negocio que nunca llegó a abrir. Eso sí, cumplía acompañándole a misa los domingos. Durante un tiempo nada varió, ni siquiera el silencio que se palpaba cuando se quedaban solos sin que ninguno pareciera darse cuenta.
Rogelio en sus paseos solía pegar la hebra con cualquiera sin escuchar a nadie y sin saber parar. En suma que pronto le huía casi todo el barrio en cuanto le veían aparecer por una esquina. Seguramente fue por eso, o por que perdiera parte de su razón –o la recuperara-, pero el caso es que se pasaba las horas de paseo, muchas, hablando solo. No era un delirio absurdo sino una serie de historias argumentadas, lógicas y coherentes. Incluso cuando comenzó a acudir a la iglesia por propia voluntad, donde acabó pasando mucho tiempo se le oía hablar pidiendo morirse pronto para reunirse con la Luisa y si uno prestaba suficiente atención percibía que no decía otra cosa aunque se pasase allí todo el día.
Antonia siguiendo con su vida, sin embargo, se veía atrapada en una celda invisible, vamos lo que viene a ser un matrimonio. No es que las enfermedades de él le obligaran a prestarle una mayor atención, al contrario, la agonía de sus insistencias en la cama había desaparecido, pero verle llegar renqueante con la garrota y saberse ligada a él de por vida acabó por agriarle el carácter, el rictus y hasta por pasar pequeñas facturas a su férrea salud. Si en lo más secreto de sí Rogelio se sentía ante todo castrado y echaba de menos las indiferentes carnes de vaca muerta de Luisa; Antonia, en lo más íntimo, se sentía estafada en insultada por la mera existencia de Rogelio ¿Era ese ser el que había estado amando desde niña? ¿Quién le había hecho pasar noches de llanto al ignorarla en un baile?, ¿Él?, ¿Eso? Sin casi darse cuenta empezó a sentir envidia, feroz, sangrienta, cuando acudía al funeral del marido de alguna amiga, vecina, o simple conocida, perdida en la ilusión de ser ella la doliente viuda. Lo peor es que ni siquiera podía odiarle o despreciarle, ni siquiera desmontar la imagen que se forjó de adolescente en el pueblo, aislada, como la hija de la bruja que era. Pues si había sido la hija de la bruja, seguiría siéndolo para él y comenzó ciertos ritos poco conocidos para lograr la pronta muerte de Rogelio que no otra cosa deseaba él para unirse a aquella bestia de carga de Luisa. Casi eran compasivos rituales para librarle de una vida que no deseaba.
Si alguna vez tuvieron poderes la oración y la magia negra no fue en estos casos pues los años pasaron, muchos más de los previsibles con la salud de Rogelio, y los años pocas veces traen algo bueno, es más, en el caso de este matrimonio tienen resonancias de condena o de justicia poética. Quizás aquello del mal fario de los tres cementerios para ellos resultara no ser tan absurdo.
Hoy, un cuarto de siglo después del viaje al Santo Apóstol se les ve por el barrio –fondo de cipreses recortados en cielos azules- paseando en las tardes tibias. Él apoyando la mano en el hombro de su esposa pero con la cara vuelta para no verla, su razón se está escurriendo como arena entre los dedos y ya apenas da para las salutaciones sociales básicas (los saludos, el tiempo, la salud) y para llamar a Luisa para que venga a buscarle. Antonia, siempre elegante y espigada, rezuma, sin embargo, una especie de paz a la que ha llegado entre tarot, santería, beatería etc. al tropezarse con la idea de Rogelio es su cilicio para ganarse el cielo y lo afronta con la alegría de los mártires en el circo Máximo. Le sigue deseando la muerte pero ya sin prisa y, entretanto parecen, alejándose camino de la farmacia una pareja de abuelos felices en la tarde sonrosada.

jueves, 7 de julio de 2016

Julio

No es mes de mi especial devoción este de julio. Demasiado veraniego y poco estimulante. Afortunadamente están viniendo tormentas y eso, quieras que no, ameniza la cosa. De todas formas hoy me vais a perdonar pero es que vengo traumado. Esta mañana he ido con mi padre al especialista, una doctora nueva. Mi padre tiene 84 años y yo 57 y siempre nos hemos parecido mucho. Lo espantoso es que nos ha preguntado ¡si somos hermanos! Reconoced que es como para que a uno le de un algo. Aún no me he recuperado. Ahora en serio en la entrada anterior me preguntaba cuando se da uno cuenta de la edad que tiene y lo cierto es que en los últimos dos o tres años he envejecido precipitadamente. Sin embargo, no es lo malo envejecer, joden los achaques, obviamente, pero no es lo malo tener el pelo blanco o que de repente te  quedes sin pelo en las pantorrillas, o pensar "cuando yo era joven eso no pasaba", no. Lo espantoso es lo que ha pasado a tu lado a lo largo de tu vida que no has sabido o podido atrapar. Por decirlo vulgarmente: los trenes a los que no te has subido. Ya hemos hablado de mis limitaciones físicas pero hay algo quc va más allá y en mi caso se expresa en una imagen, un verano, un verano de los setenta para ser más exactos. Por la calle bajaba. Era simplemente un veinteañero (como yo) muy bronceado y rubio, anudado a la cintura un pareo, descalzo y nada mas. A pesar de no ser transparente el pareo dejaba ver que iba desnudo, iba solo calle abajo, no sé donde pero aquel muchacho encarnó y aun lo hace todo lo me he perdido, lo que no he podido o sabido vivir, las personas a quienes no conocí lo suficiente o las que conocí demasiado, la perdida de tiempo de odiar profundamente, con infinita rabia, lo que desprecié y lo que aprecié sin merecerlo. Siempre con la esperanza de un verano, un verano en que ser como aquel joven, de sentir alas, de tener a alguien al lado mirando lo que se mira en verano, las olas, las estrellas. Siempre con la esperanza del siguiente, o de cuando pase esto o aquello y siempre la esperanza decepcionada. La libertad que percibí en aquel hombre tan a medio hacer como yo, vuelve cada día. Hasta que pasa lo que ha pasado hoy, haces recuento de dolores varios y quizás es hoy cuando haya empezado a darme cuenta de la edad que tengo. Es curioso que hoy sea San Fermin, y que hoy haga treinta años de la muerte de mi madre. Sí quizás sea ya el tiempo de dejarse envejecer "sin llanto, sin dolor, sin desconsuelo"

lunes, 4 de julio de 2016

De segundas 8



Casi da pudor, por tópica, contar esta parte de la historia, así que sintetizaremos pasando por alto citas, tonteos y demás, incluso vamos a dar por hecho que todos sabemos que la cosa acabó en una de esas bodas que dícense “de segundas” con convite y todo, aunque aquí tenemos que detenernos pues algo pasó que llegó preñado de ciertas cargas de profundidad que, a la larga, surtieron su efecto. Para empezar Antonia tenía una lista de invitados moderadamente amplia, casi todos de la familia de su difunto, Rogelio no tenía a nadie, así que para no quedar en ridículo ante su nueva familia política se tragó su orgullo e invitó a Isa, Elías y sus hijos. Por supuesto también envió invitación a Jesús que respondió por escrito asegurando que le iba a ser imposible acudir pues iba a estar ocupado “desatascando cagadas”. Naturalmente guardó la respuesta sin enseñársela a la novia. No quería mostrar sus puntos flacos antes de tiempo. ¡Si sabría él como tratar a las mujeres!
Fue al final de la velada, cuando ya sólo quedaban los íntimos, charlando en la última mesa. Elías, asegurándose de que no le pudiera oír más que el recién casado soltó con aire satisfecho.
-Encontraste la foto ¿No?
Le hubiera gustado hacerse el tonto pero no pudo o no supo o, simplemente, le superó la curiosidad que ya se sabe que mató al gato.
-¿Qué hacía una cosa como esa en casa de Rosa?
-Decía que le recordaba a ti cuando la pretendiste y te la tiraste, aunque eso no me lo dijo, así que se la di. Quizás se “consolase” de su soledad con ella ¿no? –en otro tiempo le habría borrado la sonrisita con cuatro guantazos, o al menos eso quería creer, pero ahora se sentía avergonzado recordando sus largas relaciones con la Rosa, demasiado señorita para trabajar, y hasta echando de menos su ternura y la pasión con que se le entregó durante años-. Pero no te preocupes, las demás fotos las tengo yo, se me ocurrió que podían ser un regalo de bodas muy personal, al fin y al cabo es la vida de tu hijo, por cierto, que lástima que haya podido venir –se sacó del bolsillo un abultado sobre que le pasó clandestinamente-. Ya las verás en casa con calma.
-¿Qué sabes de él?
-Ah, está bien, trabajando en el mantenimiento del edificio donde mis hijos tienen el estudio; pero la pregunta no es esa, Rogelio, la pregunta es: si yo pasé de oveja a cabrón ¿Quién es ahora la oveja? Isa que ya va siendo hora de irse y dejar solos a los tortolitos.
No pudo reaccionar y se dejó llevar por las bromitas y despedidas tópicas un tanto fuera de lugar dada la edad de los contrayentes pero ¿Cuándo se da cuenta uno de la edad que tiene? Durante los siguientes días, en el tópico viaje a Canarias, Rogelio aparcó el asunto de las fotografías que dejó en su nueva casa, la de Antonia, en un cajón cualquiera, le preocupaban otras cosas como hacer inventario de las cuentas corrientes y propiedades de su esposa y trazar un proyecto para poner en marcha otro bar, entre los dos podrían amortizar la inversión en un par de años. Desde luego no era tan buena guisandera como la Luisa pero tampoco lo hacía mal del todo y aprendería rápido. Sin embargo, antes de acabar lo que sin duda por puro recochineo llaman “luna de miel”, se topó con un inesperado problema de índole íntima. Antonia no tenía la indiferente disponibilidad de Luisa sino una feroz resistencia muy, pero que muy, activa. Tan sólo ocasionalmente concedía con ciertos aires de reina, el acceso a su cuerpo con mal disimulada repugnancia. Tiempo después descubrió, bastante tiempo, supo que no sentía asco ni al sexo ni a los hombres sino a él, por mejor decir, a su cuerpo, pero en esos días faltaba mucho para llegar a tales confidencias y, lo supieran o no, ambos se estaban tomando las medidas como dos boxeadores.
Nada más complejo que los entresijos y engranajes de un matrimonio, seguramente harían falta varios gruesos tomos para expresa, o simplemente relatar todos los matices, trampas, juegos de poder, verdades a medias, odios, desconfianzas, venganzas y desprecios que hay un par de horas de relación de una pareja que se ame. Con esta premisa se entenderá que vuelva a recurrir a una síntesis feroz de lo que fue sucediendo en los primeros tiempos de esta unión.
Antonia estaba acostumbrada a su Pepe que, como marido, era fácil de complacer, poco exigente y lo bastante lúcido como para valorar su manera de ser, delicado, atento, detallista pero firme y autoritario llegado el caso y, desde luego, un tanto chapado a la antigua. Naturalmente no le amó, conocía demasiado bien las consecuencias del amor como no escarmentar en cabeza ajena, pero fue un matrimonio razonablemente feliz. No es que Antonia llegara pura y virginal al tálamo de “su Pepe” pero ninguna de esas experiencias previas le dejaron huella alguna ni lograron, que por un segundo, se las tomara en serio. Sin embargo, sí que había un regusto de despecho en ella desde su juventud en el pueblo.
Aunque conocía a Rogelio desde siempre la convivencia resultó de lo más reveladora, lástima que ya no hubiera marcha atrás. Ese hombre cayó en su casa como una plaga. Ni sólo era desordenado sino que actuaba como un conquistador en el doble sentido del término: de tierra tomada y de mujeres, sin serlo ni de una ni de otras, y mucho menos de ella. Desde luego tampoco había sido un matrimonio por amor –ya era tarde para eso pensaba Antonia o dicho de otro modo “a buenas horas, mangas verdes”- pero por alguna razón le importaba lo que hiciera más de lo que le había preocupado lo que hiciera Pepe, quizás por qué se sentía en peligro, por qué le conocía demasiado o por cierto viejo resquemor. Ahora fue cuando descubrió el valor tanto de las devociones –reales o fingidas- y de uno de los consejos que le dio Pepe cuando supo de la gravedad de su enfermedad. Iba a dejara con cuarenta y pocos, de buen ver, con un par de casas y una saneada cuenta corriente, tarde o temprano encontraría otro hombre, ante esto sólo le dijo dos palabras pero muy repetidas: separación de bienes. Rogelio ni siquiera pensó que aquello tuviera ningún valor legal una vez casados, al fin y al cabo, era sólo una mujer.
Cuando Rogelio le quiso imponer la idea del bar comprendió ella lo acertado del consejo de su difunto y no pudo evitar reírse a carcajadas en la cara de su marido. Eso sin contar con que la idea de que ella se metiese en la cocina como la Luisa le resultaba tan ridícula que del ataque de risa cayó en un sillón y tardó un buen rato en recuperar la compostura ante al incomprensión pasmada de su cónyuge.
-NI hablar –contestó todavía secándose las lágrimas de la risa-, no cuentes ni con meterme en un antro a guisotear ni con mi dinero.
Hubo una discusión, claro, pero ahí fue donde descubrió que la mente más brutal del campesino afloraba en él con un temor supersticioso, vio la misma mirada que debieron ver sus antepasadas hechiceras, un ancestral miedo a sus poderes, absurdo pero invencible, Salió de casa dando un portazo y ella pudo dar rienda suelta a sus carcajadas: a estas alturas Rogelio aun no había salido del pueblo de su infancia. No pudo encontrar nada más ridículo que eso; el buen humor se esfumó unas horas más tarde cuando volvió apestando a hembra barata y se dejó caer en la cama a su lado. Tuvo que levantarse a vomitar, no sólo de asco, sino por que se había dado cuenta de que ella tampoco había salido del pueblo.