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sábado, 27 de enero de 2018

LADY SOPHIE O NOCHE DE REYES 7

La Bestia
 
Así se hizo pero cuando Lady Sophie entre mil equilibrios bajó había tres figuras más en el portal: una gata gris, un perro con un lazo rosa y una diminuta y hacendosa ratona con cofia victoriana. Ellos no las vieron y los humanos recordarían que habían estado ahí “de siempre”. Las luces de castillo se fueron apagando y el estruendo de la orgía deja paso a un silencio decepcionado. Algún centinela se reincorpora a su puesto recomponiendo sus togas interiores. La estrella se va tranquilizando y el pueblecito coba su quieta y apacible normalidad ante los ojos de los tres. Lady Sophie se pregunta si los copos de nieve estarían ya cayendo.

-No creo –responde Golfo señalando con el hocico.

            De Lady Sophie se desprende un polvillo dorado formando una nube donde, entre destellos, se van formado imágenes que no terminan de definirse del todo, igual que el cortejo inmovilizado fuera pero más pesadas. Son las esencias de todos los felinos que en el mundo han sido. Hay un momento en que casi se perfilan por completo todos y cada uno. Justo entonces se acercan al pueblecito y se inclinan en respetuosa reverencia. Están todos: el ancestral Dientes de Sable, los leones con su aire de superioridad, los tigres, leopardos, panteras, pumas, jaguares, linces, los divinizados gatos egipcios, los sabios gatos de los magos y las brujas, los duales y enigmáticos gatos japoneses y el arquetipo de Gato: tan majestuoso como el león, tan misterioso como el egipcio, tan desconfiado como el tigre, tan sinuoso como la pantera, tan hogareño como los angora y todo ello en el brillo equívoco de sus ojos. Eso sin contar con especies extintas en tiempos remotos. Toda la felinidad se había concentrado en ella y ahora vuelven a donde quiera que estuvieran antes presentando sus respetos a la figurita del bebé, o eso le parece a ella pero no podría asegurarlo. Cierra la comitiva el gato callejero trotando feliz.

-Lady Shophie –dice la Sra. Rat escondida entre las patas de golfo, aterrada ante tanto felino- sus ojos ya no son rojos.

            Lo que fuera que haya pasado, está acabando. Julieta ha dejado de apuñalar a Romeo y recobraba su compostura. Napoleón vuelve a montar su caballo aunque con cierta expresión de desconfianza, la bailarina se recupera del desmayo sin que nadie le acerque las sales. Hasta las destrozadas Gracias se recomponen y siguen mirando al David con ojos libidinosos y los bailarines rococó, ya con las cabezas en su sitio, vuelven a bailar esa música inaudible. Los puros, ruborizados, se apresuran a cubrir sus vergüenzas y vestirse con sus vitolas y el Pensador deja de hacer crucigramas.
           

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